sábado, 6 de marzo de 2010

Complejo primario

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Tendría yo unos 18 años. Habíamos estado Pilar, Nata y yo unos meses en Zaragoza en casa de tía Adela estudiando hasta que mamá vino de Venezuela, recogió a todos sus hijos: 3 en Zaragoza y el resto en Sevilla, en casa de los abuelos. Nosotras tres habíamos estado estudiando inglés pintura y cultura general, hicimos allí muchos amigos y cayó algún pretendiente que otro.

El agua de Zaragoza me sentó fatal. Me produjo una colitis detrás de otra y tía Adela me daba arroz blanco, té, manzanas y algunas veces jamón de York. Esa fue mi alimentación durante unos meses. Adelgacé muchísimo y cuando llegó el verano mamá había alquilado un chalet en Cádiz; me acuerdo que se llamaba “El Parque” y estaba donde ahora está el Hospital. La casa era grande y destartalada y tenía mucho jardín.

Estuve yendo a la playa unos días y empecé con unas fiebres vespertinas y sintiéndome fatal. Mamá me llevo al Medico y después de reconocerme y escandalizarse porque desde el vientre me tocaba la columna vertebral y hacerme radiografías y analítica, me diagnosticó anemia y complejo primario. Me recetó unas cuantas pastillas y unas inyecciones dolorosísimas que me ponía mamá. No me podía dar el sol de ninguna manera y por lo tanto no pude ir a la playa durante casi un mes. Tenía que hacer reposo absoluto y lo peor fue la sobrealimentación que tuve que hacer para recuperarme y había perdido por completo el apetito. Dormitaba mucho.

En un porche había una parra grande y mi madre me instaló a la sombra en una hamaca enorme donde puso un colchón con sábanas y todo y unos cuantos cojines. Allí, tan flaca, tan pálida y tan lánguida, parecía “La Dama de las Camelias”. Por las tardes estaba muy entretenida, ya que venían mis amigos a verme. Ricardo que estudiaba en Cádiz en una academia preparando el ingreso para Navales, iba a verme de lunes a viernes después de sus clases y luego el viernes se iba a su casa de Jerez como buen hijo de familia. Y un medio novio que tenía en Sevilla aparecía en Cádiz para verme desde el viernes por la tarde hasta el Domingo por la noche que se volvía a su casa de Sevilla, se llamaba Jacinto. De esa forma me vi muy bien atendida por dos pretendientes sin que se viesen el uno al otro y no se encelasen entre ellos. Y a mí, aunque fastidiada con mis “dolencias” la verdad es que me complacía mucho tener a los dos de quita y pon y pendientes de mí. ¡Hay que ver!

Me duró poco el reposo porque me curé enseguida y pude volver a la playa aunque sin tomar el sol directamente ni bañarme. Me instalaba debajo del toldo y allí seguíamos con todos nuestros amigos y las tertulias encantadoras que teníamos.

Luego podía ir al cine de verano abrigada con una chaquetita y podía comer pipas, viendo la película que fuera. Ese fue un verano un poco accidentado, pero el siguiente fue mucho mejor ya que estaba como una rosa y pude disfrutar de esa playa de Cádiz tan maravillosa.

El siguiente verano fue divertidísimo, conocimos a un montón de gente estupenda, íbamos a fiestas del Club Náutico que eran animadísimas y nos hicimos amigas de un grupo de guardiamarinas que estaban en Infantería de Marina haciendo las milicias universitarias. Eran chicos muy agradables y correctos. Todos se habían dejado a sus novias en sus ciudades y con nosotras no tenían ningún problema. Recuerdo que los llevamos a Jerez y les presentamos a mi prima Mª Carmen Ruiz de Velasco y nos lo pasamos en grande.

Mis recuerdos de Cádiz son preciosos, disfruté de “La tacita de Plata” siempre que fui y disfruté de esa increíble playa y de su fantástica gente, con esa gracia “especial” que sólo allí tienen.

Volví a veranear en Cádiz después de casada y con mis tres hijos mientras vivimos en Sevilla, y aunque después del año 1.981 no he vuelto a mi playa de mi alma, mientras viva siempre la llevaré en mi corazón y en mis recuerdos.

Adela Montoya Morón.

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