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Un verano que estábamos pasando las vacaciones en el pueblo de Cabo de Gata, en Almería, planificamos un viaje a Ceuta mis hermanas Chipu, Mari y yo, de 3 ó 4 días. Yo todavía estaba soltera. Habíamos ahorrado dinero y nos hacía mucha ilusión comprar regalos y esos conjuntos de lana DOMBROS que eran tan bonitos, estaban de moda y en Madrid eran mucho más caros. Llevábamos mucha ilusión. Cogimos el barco de Almería a Ceuta y llegamos sin ningún problema.
En el puerto cogimos un taxi y le dijimos al taxista que nos llevara a un Hotel que fuera baratito. El hombre nos llevó a uno, que ni me acuerdo como se llamaba, pero al llegar a la puerta nos miró fijamente a las tres y dijo:
- Este es barato, pero no creo que os convenga entrar. Yo que vosotras me iría a otro mejor.
No hicimos caso y entramos. Nos dimos cuenta de que el Hotel era de lo más “cutre” pero pensamos que como solo entraríamos a dormir, nos daba igual. El caso era no gastarnos el dinero en Hoteles buenos ya que lo que queríamos era comprarnos nuestros caprichos.
Al entrar nos dio muchísimo asco ver corretear por el suelo algunas cucarachas y que el hotel no estaba demasiado limpio. Cuando llegó la hora, subimos a dormir. Nos dieron una habitación con cama de matrimonio y una cama supletoria para Mari Carmen que era la más pequeña. En la habitación hacía un calor insoportable, estaba todo cerrado a cal y canto y abrimos la puerta que parecía un balcón; teníamos que ventilar y poder respirar. Cuando abrí la puerta vi que daba a un patio y que a ese patio daban otras puertas, seguramente de otros dormitorios… Pensé que por nuestra seguridad, mejor la cerrábamos, podría entrar alguien y darnos un susto de muerte, pero no podíamos soportar el calor y se quedó abierta.
Como resultaba peligroso y por si alguien se “colaba”, se nos ocurrió un gran idea. Llamamos a recepción y pedimos un cuchillo para cortar una tarta de cumpleaños (mentira cochina, no era el cumpleaños de ninguna) y nos lo subieron junto con unos platitos y unas cucharitas. El cuchillo nos serviría mucho si llegara el caso de tenernos que defender y empezamos a “ensayar” cómo lo haríamos… Mª Carmen que estaba más cerca de la puerta y tenía el sueño ligero debía gritar cuando entrara el “supuesto” violador o asesino; Chipu, que dormía a mi izquierda y que tenía la perilla de la luz en la mano, al grito de Mari, tendría que encender la luz y, a continuación, yo que era la mayor atacaría al intruso clavándole el cuchillo todas las veces que fuera necesario hasta darle muerte.
Ni que decir tiene que lo tuvimos que ensayar un montón de veces; teníamos que coordinar perfectamente todos los movimientos sin ningún fallo, pero naturalmente nos empezó a entrar el “pato” y entre los gritos de Mari, los nervios de Chipu y míos y las risas de las tres, armamos tal juerga y jaleo que subieron de recepción para decirnos que nos calláramos, que los demás huéspedes se estaban quejando. Al final nos pudimos serenar y terminamos durmiéndonos a las tantas. Dormimos con el oído despierto por si acaso y yo no solté el cuchillo en toda la noche. Naturalmente no entró nadie o no nos enteramos… El sueño nos rindió.
No nos pasó nada gracias a Dios. A la mañana siguiente recogimos nuestra maleta, bajamos a recepción, pagamos la habitación y devolví el cuchillo… El recepcionista nos preguntó, ¿qué ocurrió anoche en su dormitorio? Y yo le contesté:
- Mejor no pregunte. Y dígame cuál es el mejor Hotel de Ceuta.
Nos mandó al RUSADIR que resultó ser un Hotel de 5 estrellas precioso y limpio, donde nos quedamos y nos trataron como a princesas
El RUSADIR nos iba a costar muy caro, pero la cuestión era sentirnos seguras. Por otro lado teníamos que ahorrar en comidas, así que nada de comer en el Hotel. Desayunábamos en una cafetería que había cerca y pedíamos un café con leche para cada una y una ración de churros para las tres (tocábamos a un churro y medio). Había un soldado desayunando también y nos quería invitar a una ración de churros para cada una. Nosotras, muy dignas, dándole las gracias le dijimos que no, que comíamos muy poco y con esa ración teníamos bastante.
Yendo hacia el zoco, las tres juntitas por la acera, oímos que alguien nos seguía muy de cerca y nos decía algo muy bajito, que ninguna de las tres pudimos entender. Era mejor seguir nuestro camino y no hacerle caso, pero como nos seguía y no se iba, apretamos el paso bastante. El hombre apretó el suyo también y entonces fue cuando me asusté. Pensé que nos atacaría para robarnos o cualquier otra cosa y sin pensármelo me volví apartando a mis hermanas y me encaré con él. Vi que era un morito muy joven que se paró y me sonrió. Le pregunté desafiante:
- ¿Qué quieres? ¿Por qué nos sigues?
Y él me dijo muy bajito algo que yo entendí como kifi kifi… repitiéndolo varias veces. Y como no le entendía le dije que no sabía lo que era. El chico sacó con mucho misterio de la manga unas bolsitas mirando nervioso para todos los lados y fue entonces cuando me di cuenta que nos quería vender hachí. Me indigné con el morito y le dije que nosotras no queríamos esa mierda, que se largara de allí y se fue pitando cuando vio mi cara de indignación levantando el bolso para arrearle un buen bolsazo.
Para la comida y la cena comprábamos un bocadillo de salami para cada una, lo partíamos por la mitad y nos tomábamos mitad en la comida y mitad en la cena. La verdad es que nos moríamos de hambre, pero preferíamos ahorrar dinero para nuestras “chucherías”. Al segundo día decidí que para no desnutrirnos teníamos que comprar fruta y nos fuimos al Zoco y compramos uvas. Nos pusimos moradas de uvas.
El zoco era muy curioso. Había de todo; mucha fruta, carne se supone que fresca, porque la tenían tapada con paños blancos para que no la invadieran las moscas y los paños estaban llenos de sangre… (¡uf!) y el pescado también. Pero esos eran peores porque las moscas los acosaban y había unas cuantas personas espantándolas constantemente.
Lo que me pareció más curioso fue ver a un hombre sentado en un taburete detrás de una mesita en la que tenía unas tenazas encima de un paño y cuando me acerqué a ver que era, me horrorizó lo que vi. Por lo visto era un saca-muelas y lo que tenía sobre el paño eran muelas… ¡Dios mío! Y algunas estaban “frescas” porque estaban llenas de sangre. Me fui corriendo de allí y seguí rebuscando.
Encontramos fruta y compramos unas uvas riquísimas en un puesto de frutas adornado con flores y con lazos. Me gustó y saqué mi máquina de fotos dispuesta a hacer algunas, pero salieron dos o tres mujeres dándome gritos diciéndome "NO, NO, NO" y yo me asusté y no hice ninguna; menos mal que guarde la máquina, porque dos hombres venían derechos a mí con cara de fieras y no sabía si me quitarían la máquina de fotos o me arrearían un palo, porque uno llevaba un buen garrote. Me quedé quieta con las manos en alto, como si me hubieran dicho "¡La bolsa o la vida!" y con cara de espanto, pero ellos viendo que era inofensiva, se fueron. ¡Uf, qué miedo pasé! Una señora que pasaba me dijo que no les gustaba que les hicieran fotos. Yo no lo sabía, me disculpé y me fui.
Al tercer día nos fuimos a la playa y allí conocimos a unos chicos moros y judíos educadísimos y muy amables. Seráan más o menos de nuestras edades y muy simpáticos, que nos enseñaron la Ciudad y nos acompañaron a las tiendas, incluso regatearon por nosotras. Luego nos llevaron al Hotel para dejar todos los paquetes y nos invitaron a una fiesta de cumpleaños de un amigo moro que vivía en un palacio precioso. Había un Bufet monstruoso lleno de auténticos manjares y unos dulces exquisitos. Naturalmente nos inflamos ¡con el hambre que teníamos! Luego nos acompañaron al Barco y nos despedimos dándoles las gracias por lo amables que habían sido, y por atendernos tan bien.
Resultó que nos faltaba algo de dinero para comprar los billetes de vuelta, se lo dijimos al Capitán que era un señor muy amable y con él al lado llamamos a papá, que nos prometió que nos recogería en el puerto y que le pagaría la diferencia. Mi padre debió decirle al Capitán que cuidara de nosotras y así lo hizo. Ya en al barco que se movía a lo bestia porque la mar estaba muy picada, nos empezó a entrar a las tres un malestar espantoso.
El amable Capitán que nos veía muy mala cara nos ofreció que fuéramos a la cabina de mando que él se ocuparía de atendernos y que allí estaríamos más cómodas, pero yo, la hermana mayor, tenía que cuidar de mis dos hermanitas y las llevaba “amarradas” a mis dos brazos y no las soltaría por nada del mundo, por lo que le dije: "Muchas gracias, pero preferimos quedarnos en cubierta y tomar el aire porque nos sentimos mareadas". En el fondo no me fiaba. Luego el buen señor nos dijo que nos fuéramos a su camarote que estaba vacío, que allí podríamos descansar y cerrar la puerta por dentro, que no nos molestaría nadie.
Así lo hicimos, y ya en el camarote con la puerta cerrada con llave, entre el mar que estaba picadísimo y el estómago fatal por los dulces que nos habíamos comido, nos pasamos toda la travesía vomitando sin parar.
Cuando llegamos a casa íbamos malísimas, con las caras verdes. Mamá nos dio a tomar no se qué mejunje y nos curamos. Y Cuando contamos con pelos y señales toda nuestra increíble aventura mamá se partía de risa, papá también pero se preocupó pensando en todos los peligros que habíamos corrido. Los demás nos pedían una y otra vez que lo contáramos con toda clase de detalles.
Ricardo y Juan Carlos fueron unos días a vernos (éramos todavía novios, yo de Ricardo y Juan Carlos de mi hermana Chipu) y cuando se enteraron de nuestra aventura se enfadaron muchísimo con nosotras. Encima decían que les teníamos que haber pedido permiso a ellos. Yo les pregunté:
- ¿Os habría parecido bien?
- ¡¡¡Pues claro que no!!! -contestaron tajantemente.
- ¡Pues por eso no os dijimos nada! -repuse. Nosotras nos fuimos, lo pasamos muy bien, no nos pasó nada malo y nos compramos todos los caprichos que pudimos. ¿Algún problema? Además no sois nuestros maridos y no tenéis derecho a prohibirnos nada de nada.
Al final no tuvieron más remedio que desenfadarse y todo siguió sobre ruedas…
Nos hubiera gustado repetir la aventura: ir a Tánger o a Melilla, o mejor a Larache, en donde habíamos vivido y lo recordábamos mucho, pero ya no teníamos ahorros, se nos había esfumado… Mejor sería dejarlo para otras ocasiones.
Pero fue de lo más divertido, ¡Qué bien nos lo pasamos!
Adela Montoya Morón.
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