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Mi Madre cada día confiaba más en nosotras, y le ayudábamos mucho haciéndole la comida. Un día nos encargó una cena pues venían unos amigos suyos y ellos iban a recogerlos a su casa. Había dejado la mesa preciosamente puesta, la cena organizada y solo teníamos la tarea de hacer la carne.
El menú era: unos langostinos, una ensalada y un solomillo a la no sé qué. Los langostinos ya estaban hechos, la ensalada fue cosa fácil pero la carne fue otra cosa... Había que hacerle no se qué preparación (no recuerdo bien), meterlo un ratito en el horno, una buena salsita y le prenderle fuego, según decía la receta.
¡¡Dios mío!! Aquella cosa empezó a arder y a arder y no había forma de pararlo. Las malditas llamas eran imparables y no se apagó hasta que se consumió todo el maldito coñac.
Mientras tanto, habíamos preparado en el carrito una hermosa fuente con los langostinos muy bien colocaditos y la ensalada, pero no nos dimos cuenta, por culpa del fuego, que los perros (que eran 4) se los estaban zampando tan contentos.
Tuvimos que rescatar los que quedaban, lavarlos muy bien y volverlos a colocar en la fuente mucho más separados de lo que estaban al principio y volvimos a ocuparnos del chamuscadísimo solomillo. ¡Qué hacer con él, si olía a carne quemada!... Pues le recortamos toda la superficie como pudimos y le hicimos una salsa fuerte y sabrosa que echada por encima y cubriendo bien la carne, disimulase lo más posible semejante estropicio.
Ni que decir tiene que no dijimos nada cuando llegaron mis padres con sus invitados. Mamá no se dio cuenta y todo se lo comieron con gran expectación nuestra y con gran satisfacción porque recibimos muchos elogios. Solo hasta el día siguiente no se lo confesamos a mamá y ella no solamente no se enfadó, sino que estuvo riéndose un buen rato para luego decirnos: ¡Bueno, así se aprende! Ya veréis como la próxima vez lo haréis mejor, se aprende de los propios errores.
¡¡Jesús!! Nos prometimos no volver NUNCA MÁS a flamear NADA DE NADA. Habíamos podido prender fuego a toda la casa y con los pequeños dentro. ¡No, ni hablar! Era muy peligroso. Quedó descartado para siempre.
Los cuatro perros tuvieron su castigo con una diarrea que les duró un par de días. Ellos también aprendieran y para siempre.
Adela Montoya Morón.
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