jueves, 11 de febrero de 2010

Pepe Gotera y Otilio

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En 1.994, en Las Palmas de Gran Canaria, nos compramos un chalet en Tafira. Antes habíamos estado viviendo 4 años en la Avenida Marítima enfrente del mar. La casa de Tafira estaba en un monte a 400 metros sobre el nivel del mar y éste apenas se veía, ya que casi lo tapaban otros montes. Justo delante de la casa estaba el monte Bandama, chato por arriba porque fue un volcán ya extinguido; que por cierto tenia gracia, ya que desde un mirador que había donde se veían unas vistas preciosas, en el fondo del monte Bandama, había una casita y un trozo enorme de huerta con las famosas papas Canarias sembradas. Seguro estaría el dueño de aquella finquita en la boca del volcán de que no volvería a “despertarse” nunca más. No sería yo quien viviera en esa casita.

Realmente nunca me gustó vivir arriba, prefería ver el mar de lleno, como lo veía en el piso. Aquel terreno donde habían hecho la Avenida Marítima era terreno ganado al mar, no había playa, pero daba igual, el espectáculo que ofrecía cuando había marejada era increíble. Las rompientes de las olas se estrellaban con tal fuerza, que llegaban hasta mi piso que era un 6º, las salpicaduras del agua… y yo me quedaba extasiada viéndolo. Pero llegó la hora de comprar una casa y ésta fue la que le gustó a Ricardo.

La casa era muy bonita, la verdad, y tenía una distribución muy buena. Estaba sin estrenar, pero antes de meterme allí quise hacerle unos arreglos. Que me levantaran un muro alto, ya que se veía todo por fuera, que me techasen un patio que estaba al descubierto, que me hiciesen un gran trastero y lo más importante: que me cerrasen con cristales un porche que había que daba al salón ya que yo bien conocía esos vientos llenos de polvo amarillo que procedían del Sahara.

Además que en el salón, aparte de la puerta doble que daba al porche, solo había una ventana bastante ridícula dado el tamaño del salón y de esa manera cambiando la puerta del porche por la ventana me quedaba mucho más bonito, más amplio y más luminoso que antes. Quedó todo mucho mejor con los cambios y me alegré mucho haberlos hecho.

Al patio daba la cocina y para que no se quedara oscura, se le puso una gran claraboya en el techo del patio. Quedó muy bien y la luz de la cocina muy bien conseguida. El patio era muy grande, tenía más de 20 metros cuadrados, y pude amueblarlo con armarios y una mesa redonda central. En el patio había una bomba de agua espantosa medio cubierta con una repisa de mampostería; debajo de la bomba había un enorme aljibe para el suministro de agua de la casa. Quise tapar esa feísima bomba y se me ocurrió ponerle una gran repisa de madera, para luego dejarlo cerrado con unas puertas o una cortinillas de lona.

Ricardo compró los materiales necesarios y en el patio se dispuso a organizar todo el tinglado sacando sus miles de herramientas y colocándolas encima de la mesa en orden, como si fuera la mesa de un cirujano a punto de operar.

Yo estaba en la cocina haciendo la comida, que era lo mío, y justo donde tenía la vitrocerámica era donde estaba la ventana, que la tenía abierta de par en par ya que no sé por qué demonios no le habían puesto un extractor de humos. La ventana era muy hermosa y la abría para que ventilase bien la cocina.

Mientras yo estaba ensimismada en mi tarea de cocinera familiar, Ricardo seguía con la suya de “arreglarlo todo” que para eso es muy “manitas”… De repente oigo que exclama ¡Mierda! Y al instante siguiente oigo, veo y siento un chorro de agua fría que me da de lleno entrando por la ventana y duchándome entera… ¡Dios mío! Dije, ¿Qué demonios es esto? Y acto seguido cierro rápidamente la ventana, pero ya estaba empapada la cocina y por supuesto la sorprendidísima cocinera.

Salgo corriendo al patio y me veo a Ricardo medio agachado tapando con las manos la pared porque salía agua a borbotones y a él más mojado que yo y me decía a grito pelado: ¡¡Cierra la llave de pasooooo Adelaaaa!!

Y yo, que estaba asombrada, mojada y aturdida sin ver apenas porque me caía agua de mi pelo en los ojos, me puse a dar vueltas como una idiota por el patio; como un ratón enjaulado, sin saber dónde demonios estaba la llave de paso general.

Ricardo, en esa incomodísima postura, viéndome a mí sin saber qué hacer, me dice:
- ¡¡Vengaaa, hijaaaa… encuéntralaaaa!!
Y yo cada vez más nerviosa hasta que por fin la encontré y la cerré, no sin esfuerzo porque estaba medio oxidada y muy dura, pero la pude cerrar.

Se cortó el agua y se acabó la desagradable catarata. Nos cambiamos de ropa inmediatamente y bajamos a recoger un poco toda el agua que había caído, las herramientas y todo eso, mientras Ricardo farfullaba miles de improperios a media voz… Esperé que se desahogara un poco y luego le pregunté casi con timidez:

- ¿Qué ha pasado?... ¿Qué has hecho?- Y me contestó enfadado:
- ¿Qué crees que he hechoooo? ¡Pues taladrar la pared, para ponerle un taco y luego el tornilloooo! Qué voy a hacer… ¡Pues esoooo!... Y lo que ha pasado salta a la vista ¿Nooooo? ¡Que he taladrado una tuberíaaaa! ¡¡Eso es lo que ha pasadoooo… mierrrrdaaaa!!...¡Debieron meterla en la parte de abajo y no aquíiii arriba!

Entonces pensé para mis adentros: Adelita, cállate, que estás más bonita callada, no digas nada más, no hagas más preguntas que será lo mejor. Y eso hice, no abrir el pico más… ¡¡Cómo se enfadó!!

Él se fue a comprar no se qué para reparar la tubería y yo volví a mi tarea en la cocina, a la que antes tuve que limpiar de arriba abajo porque se mojó hasta el techo… ¡Jesús!...

Volvió Ricardo y lo arregló, dejando la tubería reparada y pudimos abrir la llave de paso. Comimos y por la tarde hablé con mi hija María que vivía en Madrid y se lo conté con pelos y señales y la chiquilla imaginándose la escena se partió de risa. Más tarde llamó David, su marido, y con toda la gracia preguntó:
- ¿Oiga, es el taller de Pepe Gotera y Otilio? (Como la serie que había en la televisión tan graciosa)
Y Ricardo que se había puesto al teléfono, desahogó su rabieta con unas buenas carcajadas, porque la verdad es que David, con su sarcasmo, le hizo reír quitando aspereza al tremendo accidente casero.

¡La verdad es que luego estuvimos riéndonos todos mucho!

Adela Montoya Morón.

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