miércoles, 10 de febrero de 2010

Confundidos por matrimonio

-
En 1.992, viviendo en Gran Canaria me ocurrió una cosa muy divertida.

Mi padre estuvo viviendo sus dos últimos años conmigo. Se había vuelto a casar en Venezuela con Magdalena, una señora muy petardo que… Bueno… Esa es otra historia que merece un capítulo aparte. El caso es que mi padre que había llegado muy malito de Venezuela, después de que le diagnosticaran en Madrid la enfermedad de celíaco, me lo había llevado conmigo y en poco tiempo se había recuperado y ganado peso, el pobrecito. Había perdido 20 quilos.

Tuve mucho cuidado de que no tomara gluten, que era lo que su enfermedad le prohibía. Llegó a mi casa en diciembre y en poco tiempo ya estaba como una rosa. Mi hermano Luis, que vive en Bruselas, fue incontables veces a verlo y en una ocasión que había ido, ya con papá muy recuperado, fuimos los cuatro al sur a pasar el día a Playa del Inglés, esa enorme e interminable y fantástica playa de Gran Canaria, a la que íbamos mucho.

Al llegar nos abordó un chico y nos dio un sobrecito preguntándonos si éramos matrimonio. Le dijimos que sí, pensando que se refería a mi padre y a Magdalena, pero él creyó que éramos dos matrimonios. Abrimos el sobrecito y nos había tocado un viaje a París para visitar Disney, pero teníamos que ir a Anfi Beach, un complejo de apartamentos muy conocido.

Cuando llegó la hora de comer nos fuimos de la playa para ir allí y comer en esa otra playa, ver todo el asunto y enterarnos de qué se trataba, ya que el premio era nuestro.

Nos fuimos los cuatro autopista por delante hasta llegar a Anfi Beach. Allí habían hecho un precioso complejo de multipropiedad con toda clase de instalaciones completas y fabulosas. El complejo era una maravilla.

Nos sentamos a comer y luego nos fuimos a una terraza del mismo complejo a tomar café. Apareció un chico, joven y guapetón, peninsular, que era el que nos habían asignado para hablarnos de toda esta historia.

Ya habíamos hablado mi hermano y yo de que nos habían confundido con un matrimonio, cosa que nos había dado mucha risa, pero claro, para cobrar el “premio” tendríamos que seguir con el “paripé” y nos habíamos advertido mutuamente tomárnoslo en serio y hacerlo bien para que nuestro agente de ventas se lo creyera y no nos echaran de allí con el rabillo entre las piernas y encima quedando en ridículo. Nos prometimos mutuamente una perfecta coordinación y no decir ni hacer nada que nos delatase, ya que los dos, Luisón y yo, siempre estábamos con la guasa a flor de piel. Mi padre y Magdalena debían estar calladitos y no meter la pata delatándonos y la verdad es que se portaron muy bien.

El agente se presentó. El chico era amabilísimo y nos empezó a hablar del asunto. Era para que compráramos 1 ó 2 semanas, o las que quisiéramos, de Multipropiedad en ese complejo de Anfi Beach. Después de contarnos las condiciones, etc, etc, nos fuimos los cuatro detrás de él para que nos enseñara todo.

Era una maravilla todo el complejo entero, con unas instalaciones lujosas y completísimas y los apartamentos increíblemente bonitos y preciosamente amueblados con un gusto exquisito. Había de tres tamaños: 1, 2 y 3 dormitorios y claro, yo me fijé en el de 3, pensando en mis tres hijos, y Luisón también, pensando en sus dos hijos, chico y chica.

Después de ver toda aquella maravilla de lujos lujosísimos, volvimos a sentarnos en la terraza para charlar de todo el asunto. Yo veía que el agente, que también se llamaba Luis, nos miraba mucho a los dos. Antes le había preguntado a mi padre si a ellos les interesaría comprar allí, pero papá le dijo que vivían en Venezuela y que solo estaban pasando unas vacaciones con sus hijos. Sobre todo me miraba a mí, seguramente extrañado de la diferencia de edad, ya que le llevo a mi hermano 8 años y además de eso, después de haberme bañado en el mar, con mis pelos mojados todavía, mis pintas eran innobles y mi vestimenta propia de la playa.

Nosotros, mi hermano y yo, seguimos fingiéndonos matrimonio sin problemas y Luis, el agente, empezó a hacernos las preguntas de rigor; que si nos gustaba el complejo, con los apartamentos, las instalaciones y las condiciones. A todo le contestamos los dos que sí y mucho (al mismo tiempo) Nos preguntó si nos interesaría comprar alguna semana.

Y ahí fue cuando empezó el lío.

Luisón decía que una solamente y yo decía que con una no tenía bastante, que eso no era nada, que estaba acostumbrada a tener 30 días de vacaciones y que para una semana no me merecía la pena trasladarme con mis hijos (porque además podías escoger esa semana en cualquier otro país que tuviera Complejo turístico de esa multipropiedad) . Y mi hermano dijo:

- Bueno, tenemos una casa en Ibiza, Adela, no te olvides…
- ¡Ah, es verdad! - respondí. Era verdad que mi hermano tenía un piso en Ibiza. Y añadí convencida-: ¿Ves Luis, para que queremos una playa? Porque playa no necesitaríamos, para eso escogemos cualquier otro país del mundo que no tenga playa…

Naturalmente, como suele pasarme cuando meto la pata, se me empezó a poner esa cara que se pone cuando no sabes cómo arreglarlo y te quedas con pocos argumentos para seguir. En mi caso es poner cara de tonta, con la vista perdida, los ojos muy abiertos y con expresión de desconcierto… Pero en este caso era peor; yo no debía delatarme.

El agente nos preguntó ¿Cuántos hijos tenéis? Y ahí fue cuando la cagamos del todo.
- ¡Tres! -dije yo.
- ¡Dos! -dijo Luisón al mismo tiempo.

Y yo viendo que me había cogido los dedos dije, sí, sí, tenemos solo dos hijos, dejándome a mi hija Adela fuera de mi vida. ¡Oh Dios mío, mi niñita de mi alma me la había quitado de encima de un soplo!

El agente, viendo nuestras caras de desconcierto empezó a “olerse” algo porque claro, mi hermano puso la misma cara que yo y nos mirábamos con ojos interrogantes como diciéndonos ¡A ver cómo demonios arreglamos esto! Pero nosotros seguimos como si nada con nuestros disimulos echándole valor al asunto y seguimos venga a charlar y a planificar, hasta que el chico, oyéndonos , muy atento lo que comentábamos dijo: Vosotros no vais a comprar nada, ¿Verdad?

Y claro, qué íbamos a decir ya. Los dos al mismo tiempo dijimos: Pues mira, no, mejor que no, porque para una semana no nos compensa.
Yo, para “arreglar” el asunto, añadí: La verdad es que yo compraría 2 ó 3 meses, no 1 ó 2 semanas… ¡Eso sería estupendo!
Y Luis, mi “marido” contestó: Sí, Adela, pero yo solo tengo un mes de vacaciones, no tres meses. Yo solo pude decir: Sí, es verdad, ¡Que tonta soy!...

Así quedó la cosa, el chico se despidió muy educadamente y nosotros nos fuimos. Supongo que el agente echaría sapos y culebras por esa boca cuando nos perdió de vista y a mí me dio cargo de conciencia haberle hecho perder la tarde con una posible venta. Pero así fue.

Ya en el coche no nos pudimos aguantar más la risa y fuimos los cuatro hasta casa a carcajadas limpias.

En mi casa se lo contamos a Adela y ella dijo: ¡Vaya, madre! O sea, que me sacaste en un soplo de tu vida… Pero… ¿Y a donde me mandaste mamá? Y solo le pude contestar entre risas, ¡Hija, te devolví a la mente Divina!

Eso fue lo que ocurrió. Siempre que lo recordamos Luis y yo, nos reímos mucho. El premio del viaje era cierto. Luis se llevó el sobrecito, porque a mí desde Canarias y con mi padre en casa recuperándose no se me antojaba ni hubiera podido ir. La verdad, para ver muñequitos de Disney…

Aunque lo pensé más tarde, hubiera sido muy divertido el viaje con todos y la familia de mi hermanito. Luisón es una delicia de hermano, divertido y cariñoso, los dos nos llevamos de maravilla… Raquel, su mujer, es encantadora y sus hijos, Luisete y Alicia, son geniales…

Es cierto, habría sido un viaje que no hubiéramos olvidado nunca…

Adela Montoya Morón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario