miércoles, 10 de febrero de 2010

A caballo en Jerez

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En 1.956, cuando vine de Venezuela con mi madre, que estaba malita, después de la Feria de Sevilla a la que invité a mi prima Mª Carmen Ruiz de Velasco, ella me invitó a la de Jerez que se celebraba unos cuantos días después.

Me dijo que me enseñaría a montar a caballo, ella era una magnífica amazona y yo no había montado nunca. Tenía entonces 16 años.

Me llevó a una finca de su madre que se llamaba Las Manoteras; era enorme y con un caserío precioso. Criaban caballos, con los que había muchos para poder escoger. Le pedí que me ensillasen el más manso de todos porque a mí me daba miedo y me prepararon un caballo blanco, viejo, que había sido un gran semental, pero que ya tenía un montón de años. Monté.

Mª Carmen montaba en el suyo que era un precioso caballo castaño, joven y con mucho brío. Después de darme toda clase de instrucciones y recomendaciones de cómo tenía que sujetar las riendas, me dijo que le picara espuelas para que el caballo arrancara. A mí me daba pena clavarle las espuelas en su castigada barriga ya que le veía como unas cicatrices, pero ella le dio una palmada en el culo y el pobre caballo se empezó a mover. Yo iba despacito; como no sabía montar no pensaba hacer ninguna tontería y Mª Carmen trotaba y galopaba por el campo como la buena amazona que era.

Al rato veo que mi caballo se para en seco, se abre de patas y oigo un ruido… ¡estaba meando! Tuve que levantar las piernas para que no me salpicara y me dio un asco espantoso. El animal cuando terminó siguió andando pero se conoce que se estaba aburriendo con la sosa amazona que lo había montado y de repente, sin yo esperarlo, giró hacia un lado y empezó a trotar… ¡Oh, Dios mío! ¡Eso no lo tenía previsto yo! Me habría conformado con un suave paseíto en mi pacífico animal, pero él seguía entusiasmado con su trote y yo por más que frenaba con las riendas no me hacía ningún caso. Mi prima vino al galope a mi encuentro; estaba muy lejos pero no tardó en llegar y acudir en mi ayuda. Yo saltaba en el caballo, no sabía llevar el ritmo de mis saltos pero las riendas no las quise soltar ¡claro!

El viejo caballo, tan entusiasmado estaba con su trote, que oyendo el galope de su compañero y amigo, empezó a galopar también… Mi prima me gritaba: ¡frena, baja las riendas, tira de ellas, bájale la cabeza! Pero yo que estaba llorando, gritando y aterrorizada, lo único que se me ocurrió hacer fue agarrarme con todas mis fuerzas al cuello del animal. Mis brazos eran dos tenazas, no me importaba si lo ahogaba, me importaba caerme y no estaba dispuesta a matarme. Yo gritaba y lloraba como una loca, pero el caballo no paraba. Se fue derecho al patio de las cuadras, conmigo soldada a su cuello. Mi cuerpo volaba de un lado para otro como se ven en los dibujos animados, pero yo seguía aferrada al animal.

El mozo de cuadras lo sujetó y el caballo del demonio, por fin se paró. El hombre quiso ayudarme a bajar pero yo no me pude mover, las manos las tenía entrelazadas y agarrotadas y no tenía fuerzas para soltarlas. Mi cara de pánico debía ser tal que el buen hombre me dijo; señorita, no le ha pasado nada, ya está usted aquí, déjeme que le ayude. Pero mis manos estaban soldadas entre sí y mis brazos estaban igualmente fundidos al cuello del caballo… El hombre con todo cuidado y delicadeza me fue separando los dedos y me solté pero fue para agarrarme a su cuello sin parar de llorar, con lo que él muy paternalmente me llevó en brazos y me sentó en un banco, hasta que me calmé. ¡¡Qué miedo pasé!!

Mª Carmen incluso se reía y a mí maldita la gracia que me hizo. Ella me decía ¡ay Adela si vieras lo graciosa que estabas, te debía haber hecho una foto, estabas cómica! Pero cuando me calmé al final nos estuvimos riendo los tres un buen rato…

Cuando al día siguiente quiso llevarme a montar, me negué rotundamente. Ella quería que me pasease por el Real de la feria, decía que quería presumir de prima, pero yo no quise.

Lo que si hice fue montarme a la grupa con su hermano Eduardo y con todos sus amigos. Pasé una feria deliciosa montando en un caballo y en otro, segura de que me llevarían bien y con cuidado. Pero eso sí, me agarraba a los estómagos de los jinetes con tal fuerza que protestaban. Eduardo mi primo, me decía, ¡Niña, no me aprietes tan fuerte que no puedo respirar! A lo que yo decía, ¡pues te aguantas, no respires pero yo de aquí no me caigo!

Recuerdo lo bien que lo pase en esa Feria, agasajada por todos. ¡Qué buenos jinetes eran esos chicos acostumbrados a montar desde pequeños!

Ese año fue cuando conocí a Ricardo, aunque él no pisó la feria, ya que se había muerto un tío suyo. Luego por la tarde iba a verme a casa de mis tíos, y salíamos a dar una vuelta. Ese año fue cuando dijo “con esta mujer me caso yo”…

Y nos casamos 13 años después

Muchos años después volví a montar a caballo en Egipto… Pero eso lo contaré otro día, porque es otra historia…

Adela Montoya Morón.

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