-
En Larache, cuando éramos pequeños, una vez al año nos ponían una inyección de calcio todos los días durante dos semanas. Nos pinchaba Benacor, un enfermero musulmán, que era soldado de La Mehala y amigo de mi padre. Era espantosamente feo y además, el pobre tenía un ojo tuerto. La verdad es que nos daba mucho miedo, pero era un buenazo.
Llegaba a casa y en la cocina preparaba las inyecciones, hervía las agujas en la misma cajita con agua, y prendía un pequeño infernillo de alcohol. Nos poníamos todos en fila, por orden de edad, con medio culillo al aire esperando el temido pinchazo. ¡Había que vernos!
Como más de uno lloriqueaba nos tenía chantajeados. Benacor nos decía: Al que NO llore, le doy una perra chica, (eran 5 céntimos) pero el que llore… ¡me tiene que dar a mí una perra gorda! (10 céntimos). Naturalmente procurábamos no llorar, aunque alguno de los pequeños lloraba sin importarle en absoluto los céntimos, a los mayores sí nos importaba, pues con 5 ó 10 céntimos nos íbamos al Bakalito (una tienda de ultramarinos que había en el barrio de Las Navas donde vivíamos) y nos comprábamos una o dos chucherías.
Bien merecía la pena, ya que aguantándote el llanto y haciéndote la valiente, como el “banco” era mi padre, al cabo de dos semanas juntabas lo que nos parecía un capital en céntimos. Era un buen negocio y entre todos los que habíamos reunido ese capitalito, aparecíamos en el Bakalito felices por comprarnos varias chucherías.
Adela Montoya Morón.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario