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Mi tío Pepe, hermano de mi madre, era un oftalmólogo genial.
Una vez decidió darnos clases de inglés. El método consistía en que primero aprendiéramos vocabulario y nos preparaba unas tiras de papel donde escrito a máquina ponía de un lado las palabras en inglés y por el otro lado en español.
Lo mismo que Benacor el enfermero nos chantajeaba con céntimos, años más tarde lo hizo tío Pepe. Si aprendíamos de memoria una palabra nos daba 5 céntimos y si la olvidábamos le teníamos que dar a él 10.
Me pregunto si aquello fue un buen sistema. Debió serlo pues el inglés que aprendimos con tío Pepe, aunque sólo fuera vocabulario, nunca se nos olvidó.
¡No cabe duda que fue un buen sistema!
Yo era muy miedosa y un día me dice mi tío:
- Adelita, si bajas al despacho de papá teté y me traes una cuartilla y un sobre con su membrete, te doy una peseta, pero si no bajas, me la tienes que dar tú a mí.
¡De donde iba yo a sacar una peseta! Con un poco de canguelo, le dije:
- Vale tío Pepe pero está muy oscuro, ya es de noche… ¿Lo dejamos para mañana por la mañana?
- No, no, tiene que ser ahora, para que se te quiten de una vez tus absurdos miedos.
Así que obedecí, fui, recogí el sobre y la cuartilla y corriendo como una loca y tropezándome con todo, llegué al salón con el corazón en la boca y a punto de llorar de miedo que tenía y le dije:
- Toma tío Pepe pero ya no voy nunca más.
El pobre, que era un buenazo, al verme esa cara de angustia tan grande me dio 5 pesetas. ¡Nunca más bajé sola al despacho, ni mucho menos de noche!
Ese despacho era para mí como la casa de los horrores. Estaba amueblado con muebles muy antiguos y muy oscuros, era muy grande y todo estaba lleno de cosas raras. Tenía cráneos, esqueletos enteros y lo que más me impresionaba era un enorme y colorido ojo que había encima de su mesa, del que se separaban las piezas para ver cómo era el ojo entero e incluso se podía ver cómo era la cabeza en su interior seguramente para poder explicar a sus pacientes lo que tendrían mal en sus ojos. ¡Uf!, que asco y que miedo me daba.
¡Ni por 5 pesetas ni por 5.000!
Años más tarde bajé más de una vez, desde luego que si, muchas veces. Pero no me daba ningún miedo. Me daba risa acordándome de todo aquello.
Adela Montoya Morón.
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